El otro, cuento de Borges
Borges para la clase de español
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Fragmento
La reconocí con horror.
Me le acerqué y le dije:
—Señor, ¿usted es oriental o
argentino?
—Argentino, pero desde el catorce vivo en Ginebra—fue
la contestación.
Hubo un silencio largo. Le pregunté:
—¿En el número diecisiete de Malagnou, frente a la iglesia rusa?
Me contestó que sí.
—En tal caso—le dije resueltamente—usted se llama Jorge Luis Borges. Yo también soy Jorge Luis Borges. Estamos en 1969, en la ciudad de Cambridge.
—No—me respondió con mi propia voz un poco lejana.
Al cabo de un tiempo insistió:
—Yo estoy aquí en Ginebra, en un banco, a unos pasos del Ródano. Lo raro es que nos parecemos, pero usted es mucho mayor, con la cabeza gris.
Yo le contesté:
—Puedo probarte que no miento. Voy a decirte cosas que no puede saber un desconocido. En casa hay un mate de plata con un pie de serpientes, que trajo del Perú nuestro bisabuelo. También hay una palangana de plata, que pendía del arzón. En el armario de tu cuarto hay dos filas de libros.
—Dufour—corrigió.
—Está bien. Dufour. ¿Te basta con todo eso?
—No—respondió—. Esas pruebas no prueban nada. Si yo lo estoy soñando, es natural que sepa lo que yo sé. Su catálogo prolijo es del todo vano.
La objeción era justa. Le contesté:
—Si esta mañana y este encuentro son sueños, cada uno de los dos tiene
que pensar que el soñador es él. Tal vez dejemos de soñar, tal vez no.
Nuestra evidente obligación, mientras tanto, es aceptar el sueño, como
hemos aceptado el universo y haber sido engendrados y mirar con los ojos y
respirar.
—¿Y si el sueño durara?—dijo con ansiedad.
Para tranquilizarlo y tranquilizarme, fingí un aplomo que ciertamente no
sentía. Le dije:
—Mi sueño ha durado ya setenta años. Al fin y al cabo, al recordarse, no
hay persona que no se encuentre consigo misma. Es lo que nos está pasando
ahora, salvo que somos dos. ¿No querés saber algo de mi pasado, que es el
porvenir que te espera?
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